miércoles, 20 de diciembre de 2017

Algo nuevo

Hoy fui a ver a un psiquiatra. Fue una experiencia totalmente nueva y, como tal, intenté tomarla de la mejor manera posible; pues, mucha gente toma una visita a psiquiatría como una muestra de locura, cuando no es así.

Fui porque, como ya había dicho anteriormente, estoy atravesando una etapa de ansiedad a nivel intermedia, que me está complicando un poco los quehaceres diarios; y, si bien, estoy llevando terapia con una psicóloga, creo que algo de medicina me haría mucho bien.

Me costó trabajo aceptar el hecho que debía visitar a otro profesional, me costó aceptar que la terapia no basta, me costó ingresar al centro médico, sacar la cita, sentarme a esperar y, aún más, ponerme de pie al escuchar "siguiente". Hablar con  él, no tanto, no es el primero con quien comparto cómo me siento; escuchar su diagnóstico, tampoco, ya tenía la idea; verlo llenar la receta médica, un poco, me desagrada tomar pastillas...

Pero, más que todo, me costará comprar las medicinas y tomarlas, pues es aceptar, conscientemente, que debo usar ansiolíticos para ayudarme en el proceso. Es aceptar que todo lo que hacía, no bastaba, que separé mi primera sesión con la psicóloga muy tarde y que caí peor que aquella primera vez -hace 7 años-.

Cuando estaba sentada esperándolo, miré la carpeta abierta en su escritorio, tiene muchas historias clínicas, lo que quiere decir que no soy la única, sino que mucha gente lleva tratamiento con él y que es más normal de lo que yo pensaba. Pues, dentro de todo, la psiquiatría y la psicología son una rama más de la medicina y, por ende, tratan enfermedades que aquejan a mucha gente.

Como parte del tratamiento, me recomendó leer un libro de Walter Risso titulado "Maravillosamente imperfecto, escandalosamente feliz". Aún no lo he comprado, pero me entusiasma saber qué tiene esta obra para enseñarme... Y, en general, me entusiasma la nueva experiencia y todo lo que puede dejarme las visitas al psiquiatra.

Por cierto, aún no he tomado la decisión sobre el trabajo, espero colocarla en mi siguiente publicación.

viernes, 8 de diciembre de 2017

Enseñanzas

"De todo malo se aprende algo". Totalmente cierto.

De todos los lugares en los que he trabajado y de todas las personas que considero o consideré como amigos, he aprendido algo que me ha permitido crecer como persona.

Antes, pensaba que no se podía obtener algún conocimiento provechoso de situaciones negativas, pero esa idea cambió hace tres años, cuando trabajé en un colegio por la av. Universitaria.

En esa época, la fundadora de la institución ingresaba todos los días a mi salón para intentar moldear mi trabajo a lo que ella consideraba correcto. La odié. Renuncié a los 8 meses. Ahora, aplico muchas cosas que aprendí de ella en mis clases.

Luego, ingresé a un colegio, en el Callao, que formó mi parte espiritual y fortaleció mi fe al punto que no he vuelto a dudar de mis creencias. Casi todo allí fue positivo y claro que aprendí.
Hace dos años, trabajo en un colegio, en Breña, que me ha dado experiencias de todo tipo: buenas, malas, tiernas, frustrantes...

De este, me han sucedido dos cosas: la primera es que reforcé la idea de que de cualquier situación se puede aprender algo útil, pues en este tiempo he mejorado mucho como docente.
La otra es que retomé una idea que formé hace tres años atrás -creada en el primer colegio que mencioné- "no todas las empresas están dispuestas a enseñar a sus colaboradores la manera en la que deben trabajar".

Me explico. Si bien he obtenido conocimiento y experiencia valiosas en cada lugar en el que he trabajado hasta ahora, siento firmemente que no todas las instituciones tienen la intención de enseñar, sino que muchas de ellas pretenden que sus trabajadores lleguen ya moldeados a la forma de trabajar que estas esperan; mientras otras están abiertas a enseñar a sus colaboradores la manera más eficiente de trabajar para ellas.

En fin. Todo conocimiento es bueno y toda experiencia es valiosa. A ver qué viene el próximo año.

miércoles, 6 de diciembre de 2017

El cuerpo habla

"El cuerpo habla" -me dijo la psicóloga- "muchas veces, la enfermedad y los malestares físicos son una muestra de algo más que no estamos escuchando". Y tiene razón.

Ya desde hace un par de semanas, llevo pasando de una dolencia a otra: el estómago, el oído, la gripe, la garganta... Pero, según las propias palabras de la psicóloga, ¿cómo podría curarme de todos los males si sigo en aquello que me aqueja?

Hace años, pasé por la misma situación, con la diferencia de que, en esa época, yo era más inmadura y no conocía sobre problemas psicológicos; entonces, como me sentía tan cansada, aburrida y desmotivada, dejé de asistir a clase y me dediqué a relajarme y a concentrarme en mí. Eso no bastó, pero me ayudó mucho.

La diferencia es que ahora, aunque no lo quiera, soy más responsable y consciente de las cosas y, por ende, no dejo de trabajar por relajarme. Muy bien con eso... Excepto por un detalle: Es, justamente, el trabajo lo que me pone ansiosa. ¿Cómo lidio con ello?

A falta de respuestas que lleguen a mí mientras termino de escribir esta declaración, decidí que debo seguir siendo responsable, es parte de madurar (y falta solo 6 días para que terminemos el año escolar), pero una duda más grande entra a mi cabeza: ¿qué debería hacer el próximo año? ¿Seguir trabajando o tomar unas obligadas y necesarias vacaciones?

Como decía mi mamá "hay que priorizar". Sin embargo, hacerlo ahora es un poco más complicado, pues aunque no tengo grandes obligaciones económicas, no se ve muy bien en mi CV que me pase 6 meses o un año sin trabajar. Aunque sí me gustaría. 樂

En mi siguiente post, la decisión del caso.

lunes, 4 de diciembre de 2017

Salud emocional

Hay muchas cosas que me ponen ansiosa: Las discusiones y los enfrentamientos, sobre todo.

Creo que no he escrito antes sobre las discusiones. Considero que son necesarias, siempre y cuando sean bien manejadas, con un tono de voz adecuado, sin gritar, con respeto, sin interrumpir al otro, con gesto neutro, no con cara de ogro, y sin intentar resaltar con cualquier medio, sin hacer sentir mal a la otra persona.

Los enfrentamientos los veo totalmente innecesarios... Excepto los deportivos; en todos los demás casos, sobran. Y no entiendo por qué la gente disfruta enfrentando a otros, si existen tantas formas, no agresivas, de liberar las tensiones y el estrés (hacer deporte, por ejemplo).

Entiendo -quizás me equivoque- que quienes disfrutan de pelear, de rebajar al otro, del chisme malintencionado, de juzgar, de ver mal a otros, en realidad están extrapolando sus propias carencias y la falta de autoestima. Si yo me quiero, yo me cuido y trato bien al resto.

En fin... Son dos cosas con las que debemos lidiar diariamente y que me ponen muy ansiosa... Más adelante, tocaré el tema a mayor profundidad, porque es terapéutico escribir.

Lo importante de todo esto es que considero que cada persona debe cuidarse y mantener un equilibrio emocional que, en mi caso, se rompe cuando estoy en alguna de estas dos situaciones. Y si las evito o salgo rápidamente de ellas ¿es escapar o protegerse? Estos conceptos están uno al límite del otro y son confundidos.

domingo, 3 de diciembre de 2017

De vuelta

Muchas veces, cuando sostengo conversaciones con personas que no conozco tanto y me preguntan por mi trabajo, terminamos hablando de nosotros mismos en la etapa escolar, creo que es inevitable.

Pero, lo importante de esto es que, algunas personas, terminan en una especie de catarsis sobre aquellas cosas que solían hacer y dejaron, ya sea porque eran tontas, porque no formaban parte de su concepto de "madurar" o porque las fueron olvidando en el camino... Y, en ocasiones, aparece la nostalgia.

Hace poco, me puse a pensar por qué razón dejamos de hacer cosas que nos gustaban o nos relajaban. La respuesta es simple: por atolondrados.

Por ejemplo: yo misma. Permití que me absorbiera tanto el trabajo, el estrés, el dinero, la comodidad y la pereza que dejé de escribir, dejé de actuar, de pintar, de leer... Lo que produjo en mí un efecto negativo al 100% y comencé a estresarme, a ponerme de mal humor y más apática de lo normal.

Lo curioso es que no sabía por qué razón estaba experimentando aquellos cambios de humor, hasta que un anuncio en un panel me hizo pensar: había dejado de escribir y leer. No tenía cómo botar el estrés diario que me causa el trabajo.

Una cosa llevó a la otra y obtuve una lista de todo aquello que hacía desde adolescente y que hace dos años, abandoné... Como este blog, que hoy revisé con cariño y nostalgia... Y que retomaré.