miércoles, 30 de abril de 2014

Gracias

Desde febrero intento concentrarme en qué será de mi vida cuando termine la universidad. Una persona promedio pensaría en conseguir un trabajo de tiempo completo, obtener la licenciatura, ganar más sueldo, ascender en su trabajo, mudarse, casarse y así... yo no. Veo este año como si fuera 5to de secundaria, como una puerta la futuro, aunque ya tenga 23. Pero claro, nunca se es lo suficientemente viejo/a para estudiar lo que a uno le hace latir el corazón y, en el mundo del arte, la edad es aún menos relevante. 

Cuando tenía 16 tuve esa discusión con mi madre, la que concluyó conmigo postulando a la Universidad de San Martín de Porres, a la carrera de Ciencias de la Comunicación, a la escuela de Relaciones Públicas. Sí, me gusta, pero no es visceral.

Desde ese entonces, siempre tuve la firme idea de que mis padres no me apoyarían y que, si en serio quiero triunfar, debo hacerlo por mí misma, con mis propios medios, al costo que sea. 

Al avanzar en la carrera, fui y sigo aprendiendo técnicas y herramientas de las Relaciones Públicas en el Perú -porque no funciona igual en todos los países- y comprendí que, al final, todo lo que uno estudie le servirá, en algún momento de la vida, en alguna circunstancia recurrirá a eso que aprendió hace 4 o más años atrás para solucionar un problema actual. He mantenido esa visión de la que sería mi profesión, que me ayudará en algún punto con la actuación. Claro que lo hará.

Pero ahora que curso el último año, planteo en mi cabeza todo el abanico de opciones que me ofrece tener doble nacionalidad y pasaporte europeo. Hacer turismo no sería mala idea, conocer otras culturas, otras formas de pensar y entender el mundo, otra forma de interpretar a las sociedades, y nutrirme yo como persona y luego volver a trabajar, solo para seguir viajando. O podría quedarme, estudiar actuación y literatura, formar un elenco, luchar porque sea conocido, trabajar en algún programa social e intentar hacer patria. Pero no.

Yo quiero estudiar arte en Europa. Las opciones son múltiples: Inglaterra, Francia, Alemania, Rusia, mi querida España. Podría ir a casi cualquier lugar del mundo, pero ¿y mi familia? Aunque no sería ni la primera ni la última persona en abandonarla por ir tras su sueños, pero ¿y mi familia? Igual podría volver en vacaciones de navidad, pero ¿y mi familia? Es que no importa que yo sienta que no me apoyan, es mi familia después de todo.

Como dijo el gran Pedro Suárez Vertiz "... cuando ya tú estés acá, trabaja hasta las lágrimas como lo hacías allá, solo así verás que tu país no fracaso, sino que tanto amor te relajó" 

Sí, ellos me mantenían las alas atadas... hasta ayer. Cuando les comentaba sobre la Expo-estudiante Abril/Mayo 2014 a la que asistí... y mi madre dijo: "Si mi hija va a estudiar fuera, que sea en cualquier parte de Europa, prefiero allí". Sin mentir, casi me hizo llorar de la emoción. Porque tener la convicción, las ganas, las facilidades y el tiempo es nada si no se tiene lo más básico: el apoyo de las personas que amas. Hasta la semana pasada, hasta ayer por la tarde, estudiar fuera era un sueño bonito. Hoy es una meta por la cual trabajar, con el respaldo de mis padres. Ellos, anoche, fueron el empuje, el coraje y soporte que tanto necesitaba para ponerme en marcha y hoy ese sueño bonito se ha convertido en el camino a seguir gracias a ellos. 

Como soy pésima para expresarme hablando, les dedico este post. Porque los amo y sé que, en su extraña manera, intentan volverme más decidida, guerrera y fuerte, que lo que realmente quieren es que me esfuerce al máximo, que las críticas de otros no me derrumben y que no sea dependiente más que de mí misma para lograr mis éxitos.

Amo a mis padres.