miércoles, 25 de febrero de 2015

¿Y si te amo?

Conozco a este chico hace cerca de seis años y, cuando lo vi, recuerdo que rogué por que no se sentara a mi costado, sin embargo, a él fue al primero a quien intenté pedir ayuda... y al día siguiente no quería que me hablara.

Con él todo sucedió muy rápido; no entre nosotros, sino dentro mío. De un momento a otro sentí la necesidad de demostrarle que sí habían personas que lo querían y que se preocupaban por él (yo). Comencé a seguirlo, me escapaba de clases con él y, de pronto, un día no quería acercármele. Así soy yo.

Y él aprendió a lidiar con todo lo que yo significo. Y yo me enamoré.

El día que se lo dije -aunque recién llevábamos un par de semanas de enamorados-, estábamos en la biblioteca, yo tenía fiebre y estaba quedándome dormida cuando le pregunté "¿me amas?" No vi su reacción pero sentí que contuvo el aire y luego respondió "sí, Adri, te amo", entonces yo le dije "que bueno porque te amo".

Contar nuestra historia juntos tomaría bastante espacio y se parece un poco a una novela porque -no miento- hemos pasado por muchísimos problemas que me hicieron dudar, incluso estuvimos más de seis meses separados y luego un año más, pero ahí estamos, avanzando contra todo pronóstico, a nuestra propia sorpresa.

Ha sido, es y sé que será dificil pero hay amor de por medio, hay química y hay respeto, tres ingredientes que -en mi corta experiencia- considero sumamente importantes para mantener saludable una relación. También hay lágrimas, sacrificio y, a veces, soledad. Porque no es perfecto.

Pero sé que lo amo. Porque con él soy yo, porque él me levanta cuando me caigo y me empuja cuando me detengo, porque siempre está pendiente de mí. Pero lo amo más porque solo por él dejo de lado mis caprichos, porque lo empujo todo el tiempo para que avance, porque necesito verlo feliz para estar tranquila.

Él revolucionó mi ser y lo llevó a un punto donde no imaginé llegar, pensar de verdad en las palabras "matrimonio" e "hijos", aunque sienta pánico y las pronuncie con mucho respeto porque jamás estuvieron en mi plan de vida, ese que pasó de ser un unipersonal a tener entrada para dos.

Cambió mi forma de pensar y mi enfoque y yo cambie los suyos. Cambiamos nuestra forma de ver el futuro y de manejar el presente. Cambiamos las relaciones con nuestras familias y los amigos. Cambiamos a cada rato para intentar adecuarnos a cada situación nueva juntos.

Para mí, eso es el amor.

domingo, 22 de febrero de 2015

Familia

Hay familias que, a pesar de los años, se mantienen intactas, como si el tiempo no las tocara. De esas familias que comienzan en la casa de la abuela, con los muebles antiguos, la música infantil, los villancicos... Esas familias que, al volver de visita, no generan nostalgia sino que producen la sensación de volver a la niñez... ¡Ah que familias!

Un ejemplo perfecto es mi tía "negra", voy a visitarla cada cierto tiempo y retrocedo en los años, desde la fachada de su casa, que no ha cambiado de color creo que desde que fue construida, hasta la pequeña mesa donde almorzamos, la misma entrada, el mismo plato de fondo, la misma gaseosa. Luego, llegan los primos, no se bien cómo o porqué siempre hay niños pequeños en esa casa, no recuerdo tener tantos tíos. Hoy vi un video de una "matiné" en su casa, me sacó una sonrisa ver nuevamente la mesa, la gelatina, la inca cola, la música de los 90's.

En mi casa, la tradición se celebra hoy, como cada domingo, vienen mis tíos, mis primos, ponemos una mesita armable en el cuarto de mi abuelita, mi mami prepara emoliente, mi tío trae el pan de molde y las aceitunas cortadas a la mitad, prenden la tv en el canal 4 y comen mientras cuentan sus anécdotas de la semana, rajan de situaciones o recuerdan eventos graciosos. 

Me gustan esas familias, esas que -como la mía- se reúnen para celebrar (no llorar) a sus fallecidos, porque se les debe recordar con sonrisas en el rostro; para brindar por el último sobrino en ingresar a la universidad o en egresar; para hacer una "comilona" porque el más viejo de los tíos consiguió trabajo; o para presionar, entre risas y bromas, al próximo matrimonio. 

Me gustan esas familias, como la mía, que bien podrían definirse como matriarcales, pero donde realmente manda el hijo mayor. Esas familias que mezclan formas de entender el mundo, desde la generación de mi abuelita, llena de tabúes y formas, hasta la mía, donde todo es cuestionable. Pero coexisten y lo hacen bien, como debe hacerse, pasando las tradiciones, los conocimientos, las historias familiares y los secretos irrevelables. Esas familias que no se pierden en el tiempo. Esas familias que perduran. 

Les presento a mi familia.




viernes, 20 de febrero de 2015

Recuperar

He cometido errores muchas veces, muchísimas, y he sentido ese revoltijo en el estómago cuando sé que hice algo indebido o que malogré irremediablemente algo. He dejado estudios y proyectos a medias, he dejado personas en el camino. He llorado, me he sentido deprimida y he escrito mucho para desahogarme. Pero de todas aquellas mala experiencias, en las que decía haber aprendido algo, de todas me sentía bien, nunca me había sentido arrepentida y el sacrificio de dejar algo atrás siempre traía la esperanza de la venida de algo mejor.

Pero una vez perdí algo que amaba con todas mis fuerzas, algo que era mi sonrisa, mi motivación y mi fuerza, algo que me hizo descubrirme como persona. Perdí un elenco. 

El elenco de teatro de La Punta fue mi vida entera casi cuatro años, todos los sábados y domingos los pasaba en el teatro en clases o ensayando alguna obra. Claro, tenía deficiencias como todo grupo y muchas veces estábamos en contra de las decisiones del director, otras tantas seguíamos sus locuras, otras a municipalidad cancelaba nuestros planes, pero eso no importaba, éramos amigos haciendo lo que nos gustaba más, actuar. Para mí, eso era perfecto. En el 2006, el entonces alcalde decidió quitar el taller. Me lo quitó. Lo perdí. Y lloré.

Desde ahí, comenzó una larga e implacable búsqueda de algún elenco o taller que me produjera la misma sensación de familia que sentí por todo ese tiempo. Pasé por varios talleres, de 3 meses cada uno, parecía yo un saltamontes. Es que si no me llenaba, terminaba por aburrirme o por sentir que me estacaba y me iba.

Debo admitir que en el proceso, conocí muchísima gente talentosa, creativa, amable, colaboradora. Aprendí distintas formas de enfocar el teatro e interpreté variados personajes. Pero nada me satisfacía.

Hasta que apareció, sin ser buscado, en una etiqueta en facebook, EL taller. Fui a ver una clase y esa misma noche me matriculé. Y LO ENCONTRÉ. La familiaridad, la amistad, el aprendizaje, la entrega y la retroalimentación, los montajes, los ensayos, los debates, los errores y los aciertos, era perfecto todo, desde el aprendizaje a la competencia por los papeles y la calificación final. Cada día ahí era un reto actoral, era olvidar mis problemas, era oxigenarme de vida, de teatro... y lo perdí.

Y, esta vez, fue culpa mía. Y lloré.

Desde ahí, aunque intenté encontrar otro elenco, no pude. Sentí que había perdido dos veces aquello que tanto amo. Sentí que Dios me regaló otro elenco para mí, por el esfuerzo puesto en la búsqueda y que yo no pude cuidarlo, y lo perdí. Meses después, dejé de buscar. Ese sería mi castigo por imprudente. 

Pero el amor se hace presente y quema mi pecho con fuerza, recordando que si no se alimenta, como la flor, se marchita. El amor pide, solloza, exige que se le atienda. Hace más de un año que no piso el escenario y lo extraño "como mierda", muchísisisimo, casi desesperadamente. 

Pero, ¿cómo recuperar ese elenco que tanto bien me hizo si ya quedó destrozado? y buscar otro sería como hincar con distintas agujas la misma herida, en vez de ponerle un curita. Entonces, ¿qué hago?.