sábado, 14 de diciembre de 2013

Reencuentros

Acabo de volver de una noche de reencuentro con unos grandes amigos. No fueron todos, pero sí gran parte. Ellos fueron parte del primer elenco de teatro en el que estuve.

Ellos fueron esos compañeros con los que mi vida dio un giro de 180 grados, los que estuvieron ahí cuando comprendí cuál era y es mi mayor pasión, el teatro.

Hoy volví a verlos, luego de 5 o 6 años que no estábamos todos juntos, aunque faltó cerca de la mitad, igual fue bueno, fue casi mágico. Sentí un retroceso en la historia.

Nos dimos cuenta que hemos cambiado y que muchos de nosotros estamos en caminos distintos, aunque yo lucho por mantenerme en la vía. Sin embargo, nos llevamos bien, nos divertimos muchísimo todos. Recordamos, actualizamos nuestras vidas y hablamos de tonterías, como en los viejos tiempos.

Pero no quedó ahí, hemos decidido seguir juntándonos, tal vez no tan seguido con hace 5 o 6 años pero sí regularmente, lo que sería genial.

No sólo porque me caigan bien o porque sienta afecto por ellos sino porque al ver sus rostros y oír sus voces, me traslado a mí, a los 16 años, cuando sabía exactamente lo que quería y luchaba por ello contra todo y todos. Y, entonces, entiendo, entre risas y bromas, hacia dónde giró cada no de nosotros y me cuestiono si soy fiel a mi misma, a esa Adriana del 2006 que estaba plenamente convencida y que aseguraba que no se dejaría frenar por nada... aunque el presente sea distinto.

Los reencuentros con los viejos amigos son buenos por todo esto. Al menos para mí lo son. No quisiera pensar que aquellos que no asistieron fue porque no querían volver la cara y enfrentar lo que fueron. De cierta forma, todos los hicimos hoy, al preguntar en qué estábamos, al recordar a nuestros compañeros, al bromear sobre nuestro director.

Son las 2:45 am, hace meses que no escribía, a pesar de tener ideas, no sentía inspiración. Hoy dedico este post sobre la importancia de los reencuentros a mi grupo de teatreros punteños, porque los quiero, porque me hicieron reír, porque tienen las mismas ganas que yo de seguir reuniéndonos y porque, de cierta forma, revivieron a esa adri que veía de otra forma el mundo pero que había quedado enterrada por todas las sombras del presente.

Gracias por las bromas, por las risas, por los recuerdos. Gracias por estar, por reaparecer y por recordar. Gracias por recomenzar a tenerlos en mi vida como antes.

domingo, 9 de junio de 2013

Esta vez, me rendí

Lo más complicado de la vida no es vivirla, es hacerlo bien. Los seres humanos tenemos, gracias a un antiguo estudio, una pirámide de necesidades a la que llamamos la pirámide de necesidades de Maslow, la cual consta de 5 niveles que van desde la base de necesidades básicas como alimentación, techo, vestido hasta la punta de auto realización. Todas estas implican una serie de esfuerzos de uno mismo, de la familia, las amistades y la comunidad. Esfuerzos tanto económicos, sociales, intelectuales e interpersonales que trabajan en conjunto para solucionar no uno sino todos los pisos de esta pirámide, uno por uno o al mismo tiempo.

La mayoría de personas que conozco enfrentan las necesidades como metas por cumplir, lo que supongo les genera el impulso para seguir cuando sienten que fallaron. Si fuera tan simple como eso, existiría una fórmula mágica para que todos lograrán lo que esperan, sin embargo, la vida misma se encarga de volver complejo el camino poniendo traba tras traba mientras uno busca la tranquilidad, como piedras que van apareciendo en la carretera. Una vez mi catequista me dijo: Dios da a sus más fuerte guerreros las batallas más complicadas.

Yo nunca me considere una guerrera. Para mi, la vida siempre fue simple: vivo en un distrito con un porcentaje de delincuencia menor al 10%, con un índice de contaminación muy bajo, el colegio me quedaba a 3 cuadras, los talleres municipales eran baratos y jamás me falto nada. Mis únicas dolencias siempre han sido amorosas - aunque, en una época, no supiera bien de que se trata el amor -, un par de peleas con mi madre y algún chisme mal intencionado de una compañera. Todo muy "ligth".

Estos dos o tres últimos años podría decir - no se sí por madurez - que mi vida comenzó a dar vueltas drásticamente, aprendí a trabajar para mantener mis gustos, a racionar mi dinero, aprendí de precios, presupuestos, préstamos e intereses. Y comencé a ver el día a día de otro modo. Mis metas dejaron de ser aguantar cierta cantidad de alcohol o sacar el Facebook de muchos chicos, para pasar a proyectar me a futuro. Pesar en lo que cuesta la universidad presiona para no desaprobar ni un curso, pensar en la segunda carrera presiona para trabajar más arduo, pensar en la independencia, los viajes, el ingles, los hijos o las mascotas presiona a buscar más tiempo... Pensar en todo lo que presiona, lleva a buscar tiempo libre y actividades de relajación. Y esta bien.

Puede que se vea como mucho o poco pero todo es afrontable, o al menos para mi así funciona, gracias a que me apoyo en el otro. Cuando quise escaparme de mi casa, dos amigos se pusieron en personaje de padres y me "roncaron", cuando pensé dejar el teatro apareció Jesus Delaveux para darme un nuevo empujón; tras cada tristeza amorosa estaban mis mejores amigas, tras cada etapa depresiva, tras cada desilusión... Siempre hubo alguien que me "carajeo" (perdonaran ustedes el término pero no encontré palabra que lo expresara mejor) y me presto fuerza para comenzar, para volverme más terca ante los problemas, para buscar un plan B o uno Z. Y así, me convertí, yo también, en una guerrera. Excepto el miércoles pasado. Ese día me rendí.

Nunca he sido una chica de relaciones largas y menos estables, el compromiso siempre me genero pánico, no tiene sentido alguno, a mi parecer,  pues mis padres tienen una buena relación y somos una familia funcional, pero es así. Y apareció el, que se volvió mi mayor apoyo, mi fuerza para levantarme y mi empuje para seguir... Los problemas siempre estuvieron ahí y, a veces de la peor manera, siempre encontramos la solución. Pero no ese miércoles.

La vida tiene su propio equilibrio y maneras de funcionar: cuando una arista va bien, la otra debe fallar. Entre nosotros dos, la parte interna de la relacion, todo iba bien... Por lo tanto, debía fallar la parte externa, en pro de mantener el equilibrio. No lo buscamos así, intentamos todos los caminos posibles pero no funciono. Y, por primera vez, me rendí... La decisión más difícil para esta guerrera... Pero el amor también tiene formas extrañas de actuar... Y confiaré.


miércoles, 5 de junio de 2013

Nostalgia por el colegio que terminó

Llevo 6 años fuera del colegio y nunca me sentí tan melancólica como el domingo pasado, extrañaba a mis amigos, aunque no me juntara tanto con ellos y a veces no tuviéramos temas en común; extrañaba estudiar a dos cuadras de mi casa y nos gastar dinero en pasaje; extrañaba conocer cómo trabajar con cada uno de mis compañeros, puesto que éramos poquísimos; extrañaba saber qué decir a cada profesor para salirme con la mía; extrañaba llegar a casa y encontrar mi comida servida luego tener la tarde libre y hacer tareas antes de dormir.

La etapa escolar no era tan difícil... pero siempre nos quejábamos... de los libros, los trabajos, las investigaciones, los exámenes, los otros profesores, la falta de actividades fuera del aula y todo sobre lo que nos pudiéramos quejar. Pedir puntos extras era cosa de todos los días, por participar del festival de danzas folcklóricas, por formar parte de la banda escolar, por marchar en el desfile de 28 de julio, por salir a recolectar caridad para la parroquia, el Papa, el cáncer... Y el último año, solo quería terminar... salir y no volver... nunca me sentí parte de mi promoción, ni del colegio en sí.

Pero el cerebro humano trabaja de formas extrañas, probablemente suprimió todos mis malos recuerdos de esa época y dejó las partes divertidas, graciosas, hilarantes... por eso me sentí nostálgica. Como cuando pienso en mi anterior trabajo, cerquisima de mi casa, entraba tarde, salía temprano, no paraba en la oficina sino fuera, llevando o trayendo recados, paseando por mi precioso distrito en mi bicicleta roja... O así lo recuerdo yo, pero mi madre me da otra versión: "parabas cansada de usar la bicicleta por el calor, todo el tiempo decías que no te tomaban en serio, parabas discutiendo con tu jefe, ¿no te acuerdas?".

Por eso busqué a una de mis mejores amigas, salimos a caminar por el malecón de La Punta y sentadas en una banca cerca de la media noche le conté sobre mi reciente nostalgia escolar. Pasamos más tiempo del esperado conversando sobre el colegio -no nos llevábamos muy bien en esa época-, sobre nuestros compañeros, los que ya no vemos, los que vemos ocasionalmente, los que siguen idénticos y los que cambiaron radicalmente. Repasamos anécdotas que me hicieron volver en el tiempo y recordar porqué cuando llegue al último año solo contaba los días para terminar.

Creía que en la universidad encontraría personas más responsables, centradas, maduras, que supieran exactamente a donde querían ir y cómo llegar... Y claro que encontré personas así, incluso algunos de mis compañeros de promoción se han vuelto así con el paso del tiempo; pero también encontré personas hipócritas, flojas e indecisas. Me rodee de personas que trabajan para pagarse los estudios, pero día a día debo trabajar con personas que están ahí por obligación de los padres; y los que, como yo, andan perdidos buscando su camino, explorando...

El colegio no me gustaba porque sentía que no pertenecía al grupo, que en mi cabeza sucedían cosas distintas, que mis intereses eran totalmente contrarios a los del resto, tanto que llegue a pensar que algo andaba mal conmigo, que era rara. Y si lo soy,  diferente de alguna manera, ahora estoy orgullosa de decirlo.

El punto es que el colegio, por malo que pudo ser, me enseñó a lidiar con distintos tipos de personas, a entender que no a todos les caeré bien y que no todos serán obligados a respetarme. Entendí cómo cambian las personas, que no todos estarán por siempre y que la autoridad no siempre es imparcial. El colegio me enseñó muchas cosas, moldeó mi personalidad y mi forma de pensar y sembró la semilla del camino que ahora intentó forjar. Puede que más adelante me ponga melancólica de nuevo y aparezcan los mejores recuerdos... Y puede que la próxima vez no intente recordar y deje esbozar una sonrisa por lo bueno que hizo por mí.