Llevo 6 años fuera del colegio y nunca me sentí tan melancólica como el domingo pasado, extrañaba a mis amigos, aunque no me juntara tanto con ellos y a veces no tuviéramos temas en común; extrañaba estudiar a dos cuadras de mi casa y nos gastar dinero en pasaje; extrañaba conocer cómo trabajar con cada uno de mis compañeros, puesto que éramos poquísimos; extrañaba saber qué decir a cada profesor para salirme con la mía; extrañaba llegar a casa y encontrar mi comida servida luego tener la tarde libre y hacer tareas antes de dormir.
La etapa escolar no era tan difícil... pero siempre nos quejábamos... de los libros, los trabajos, las investigaciones, los exámenes, los otros profesores, la falta de actividades fuera del aula y todo sobre lo que nos pudiéramos quejar. Pedir puntos extras era cosa de todos los días, por participar del festival de danzas folcklóricas, por formar parte de la banda escolar, por marchar en el desfile de 28 de julio, por salir a recolectar caridad para la parroquia, el Papa, el cáncer... Y el último año, solo quería terminar... salir y no volver... nunca me sentí parte de mi promoción, ni del colegio en sí.
Pero el cerebro humano trabaja de formas extrañas, probablemente suprimió todos mis malos recuerdos de esa época y dejó las partes divertidas, graciosas, hilarantes... por eso me sentí nostálgica. Como cuando pienso en mi anterior trabajo, cerquisima de mi casa, entraba tarde, salía temprano, no paraba en la oficina sino fuera, llevando o trayendo recados, paseando por mi precioso distrito en mi bicicleta roja... O así lo recuerdo yo, pero mi madre me da otra versión: "parabas cansada de usar la bicicleta por el calor, todo el tiempo decías que no te tomaban en serio, parabas discutiendo con tu jefe, ¿no te acuerdas?".
Por eso busqué a una de mis mejores amigas, salimos a caminar por el malecón de La Punta y sentadas en una banca cerca de la media noche le conté sobre mi reciente nostalgia escolar. Pasamos más tiempo del esperado conversando sobre el colegio -no nos llevábamos muy bien en esa época-, sobre nuestros compañeros, los que ya no vemos, los que vemos ocasionalmente, los que siguen idénticos y los que cambiaron radicalmente. Repasamos anécdotas que me hicieron volver en el tiempo y recordar porqué cuando llegue al último año solo contaba los días para terminar.
Creía que en la universidad encontraría personas más responsables, centradas, maduras, que supieran exactamente a donde querían ir y cómo llegar... Y claro que encontré personas así, incluso algunos de mis compañeros de promoción se han vuelto así con el paso del tiempo; pero también encontré personas hipócritas, flojas e indecisas. Me rodee de personas que trabajan para pagarse los estudios, pero día a día debo trabajar con personas que están ahí por obligación de los padres; y los que, como yo, andan perdidos buscando su camino, explorando...
El colegio no me gustaba porque sentía que no pertenecía al grupo, que en mi cabeza sucedían cosas distintas, que mis intereses eran totalmente contrarios a los del resto, tanto que llegue a pensar que algo andaba mal conmigo, que era rara. Y si lo soy, diferente de alguna manera, ahora estoy orgullosa de decirlo.
El punto es que el colegio, por malo que pudo ser, me enseñó a lidiar con distintos tipos de personas, a entender que no a todos les caeré bien y que no todos serán obligados a respetarme. Entendí cómo cambian las personas, que no todos estarán por siempre y que la autoridad no siempre es imparcial. El colegio me enseñó muchas cosas, moldeó mi personalidad y mi forma de pensar y sembró la semilla del camino que ahora intentó forjar. Puede que más adelante me ponga melancólica de nuevo y aparezcan los mejores recuerdos... Y puede que la próxima vez no intente recordar y deje esbozar una sonrisa por lo bueno que hizo por mí.
Por eso busqué a una de mis mejores amigas, salimos a caminar por el malecón de La Punta y sentadas en una banca cerca de la media noche le conté sobre mi reciente nostalgia escolar. Pasamos más tiempo del esperado conversando sobre el colegio -no nos llevábamos muy bien en esa época-, sobre nuestros compañeros, los que ya no vemos, los que vemos ocasionalmente, los que siguen idénticos y los que cambiaron radicalmente. Repasamos anécdotas que me hicieron volver en el tiempo y recordar porqué cuando llegue al último año solo contaba los días para terminar.
Creía que en la universidad encontraría personas más responsables, centradas, maduras, que supieran exactamente a donde querían ir y cómo llegar... Y claro que encontré personas así, incluso algunos de mis compañeros de promoción se han vuelto así con el paso del tiempo; pero también encontré personas hipócritas, flojas e indecisas. Me rodee de personas que trabajan para pagarse los estudios, pero día a día debo trabajar con personas que están ahí por obligación de los padres; y los que, como yo, andan perdidos buscando su camino, explorando...
El colegio no me gustaba porque sentía que no pertenecía al grupo, que en mi cabeza sucedían cosas distintas, que mis intereses eran totalmente contrarios a los del resto, tanto que llegue a pensar que algo andaba mal conmigo, que era rara. Y si lo soy, diferente de alguna manera, ahora estoy orgullosa de decirlo.
El punto es que el colegio, por malo que pudo ser, me enseñó a lidiar con distintos tipos de personas, a entender que no a todos les caeré bien y que no todos serán obligados a respetarme. Entendí cómo cambian las personas, que no todos estarán por siempre y que la autoridad no siempre es imparcial. El colegio me enseñó muchas cosas, moldeó mi personalidad y mi forma de pensar y sembró la semilla del camino que ahora intentó forjar. Puede que más adelante me ponga melancólica de nuevo y aparezcan los mejores recuerdos... Y puede que la próxima vez no intente recordar y deje esbozar una sonrisa por lo bueno que hizo por mí.
Todos hemos sentido eso alguna vez, es parte del proceso de madurar como personas, sin embargo no podemos borrarlos de nuestra mente. A casi cincuenta años de haber salido de la secundaria recuerdo hasta olores propios de la etapa de primaria; el olor del cuero de mi maletín, de las flores de los tres patios que teníamos; cada vez que paso por donde estan cortando el césped su olor me recuerda los exámenes finales en la secu -nos mandaban a repasar a la cancha de futbol que siempre podaban en diciembre- un campanazo me lleva a los primeros años cuando no habían timbres sino campanadas en el patio... una época muy bonita (en sus buenos recuerdos) y tambien muy triste en los malos. Todo eso es parte del equipaje de experiencias de vida que tenemos que cargar aunque no querramos, ¡pero que lindo peso!
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