La gran mayoría de personas discuten, pelean, desean cosas malas o maldicen, insultan, golpean, lloran o escriben para desfogar esas emociones desagradables que llevan dentro causadas por alguna situación que no se pudo manejar de la manera esperada, pero no hay peor sentimiento que el perder la esperanza.
Hoy, después de años, lo experimenté y sentí un vacío, que mañana se volverá más profundo cuando firme la carta de cese de labores.
Las relaciones interpersonales son poderosas, generan sentimientos fuertes entre las personas, sea cual sea su edad, sexo, nivel socioeconómico o educativo; se dan en ambas direcciones y se basan en la confianza, el respeto y la retroalimentación. Cuando alguna de las tres falla, comienzan los problemas serios. ¿Las consecuencias?
Hoy escuchaba a una gran amiga contarme cómo acababa de perder a su mejor amiga, la persona en quien más confianza había depositado por los años que llevaban de conocerse (6 exactamente). Recuerdo que le dije "uno nunca termina de conocer a los demás, sin importar cuántos años pasen" a lo que me respondió "bueno, ella ha muerto para mí".
Cuando la relación se ha quebrado a un nivel que una de las partes considera irreparable, no hay marcha atrás, pero de no ser así, aparece la esperanza. El sentimiento de fe en que los problemas serán resueltos y todo volverá a su estado normal. A medida que vaya pasando el tiempo, se puede desvanecer las ganas de intentarlo, pero la esperanza no. Cuando la esperanza se va, todo queda oficialmente perdido y no hay más por hacer.
Ese día para mí fue ayer. Entré, al que fue por 6 meses mi salón, saqué mis cosas, las decoraciones de las paredes, los adornos navideños, mis stickers y me paré al medio de la pizarra; cerré por un momento los ojos y -como si fuera una película- recordé lo ruidosos que fueron esos meses, los cambios de sitio, las dinámicas, a mí enojada, a mis alumnas gritando para que se calmen, sus risas. Sin lugar a dudas, sin pensarlo dos veces, mi mejor trabajo y la mejor experiencia del año... y ahora debo decir adiós.
¿Motivos? solo uno. El "profe" perdió la esperanza conmigo y otras tres profesoras más. ¿Por qué? reclamar por los derechos laborales. Lo siguiente fueron detalles, una guerra entre "arriba" y "abajo", entre el "renuncien" y el "despídannos".
Claro que gané. Mañana firmaré el dichoso documento. Pero perdí lo que para mí era lo fundamental y más importante en ese trabajo: a mis alumnos. Adiós... Porque la esperanza de reparar esa relación desapareció, ellos no quieren darnos más confianza; nosotras no estamos dispuestas a aceptar negociaciones. Y entonces la tutora se va, buscará otro colegio donde comenzar de nuevo.
Pero los recuerdos, buenos y malos quedan, el cariño, lo aprendido. Los extrañaré horrores. Adiós.
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